LA IGLESIA ROMANA SIGUE CAVANDO SU TUMBA
Por: Cesar
Hildebrandt
Ahora elige como jefe a un cardenal argentino que, en el
mejor de los casos, se calló en latín y en castellano cuando la dictadura
psicopática de Videla, que se creía un cruzado resurrecto, gobernaba el país.
Otro enemigo del condón está en los altares del Señor .Otro
infalible que seguirá apegado a los anacronismo y a los dogmas ha llegado
asentarse en la silla de Pedro, ese pescador que nunca vio al rebelde Jesús
disfrazado de autoridad opulenta.
Y encima se hace llamar Francisco I en homenaje al de Asís,
que era – él sí – la humildad pura, el amor encarnado, el hombre que, habiendo
renunciado a la nutrida hacienda familiar, convivió con leprosos para darle una
lección a su egoísmo.
Dicen que Bergolio se iba en metro a trabajar. Qué bien
.Pero eso importa un rábano frente a su silencio respecto de la detención
brutal de dos sacerdotes de su Orden ejecutada en plena dictadura militar. Y él
era, en ese momento, la máxima autoridad de los jesuitas argentinos.
Dicen que es simpático, ameno, cordial, conversador,
pertinente tímido. Qué bueno .Pero lo que necesitaba la iglesia católica era un
refundador, un revolucionario, un mesías un davidiano autentico, un hijo de
pura cepa de aquella Iglesia que nació para conmover a Roma y termino, sin embargo,
instalada en ella y asimilada, al poco tiempo, a sus depravaciones. La Iglesia
que tanto aman requería un jefe indignado que expulsara a los pederastas, a los
banqueros ladrones, a los de la mafia gay que merodean, con aire chantajista,
la Capilla Sixtina.
Alguien, en suma, que cambiara lo que tiene que cambiar en
una Iglesia con el pasado y presente del catolicismo.
La Iglesia de Roma necesitaba un hombre puro que
purificara. Y lo que ha encontrado es un hombre oscuro que continuara
administrando sus sombras y silencios .Nadie necesitaba más a Cristo que el
Vaticano. Y este señor – Jorge Mario Bergolio- es, en todo caso, un amable
usurpador del espíritu santo. La Iglesia apuesta por la continuidad. Pero en
una entidad enferma la continuidad mortal.
Lo que se prevé, sin necesidad de ser profeta, es una
creciente separación entre la feligresía harta de lo mismo- y no es poca cosa
esa masa de buena fe que espera un cambio depurador- y las autoridades
eclesiásticas empeñadas es una inercia basada en el prestigio de los dos mil
años.
El objetivo de Bergolio será cambiar lo insignificante y
conservar la montaña de fanatismo que ha alejado a tantos de esa institución.
No será suficiente. La Iglesia de Roma, que hasta en Ratzinger hallo a un
reformador peligroso, ha dado un paso hacia su destrucción.
Al parecer el higado Hildebrandt se equivoco con su comentario del Papa Francisco, su personalidad difiere mucho de la sarta de tonterias q ha dicho este periodista que se queja de todo.