EN
MI CASA NO HAY DIOS
Por Chef
Herrera
“Where there was
reason, now there is confusion” (Richard Dawkins)
Tengo dos hijos. Cuatro y siete años. Desde
que nació el primero me quedó bien claro que no habría educación religiosa de
ningún tipo en mi casa. Ni el ambiguo discurso de los “valores”, ni la sola
mención de una deidad invisible que reacciona caprichosamente y con emociones
humanas serían admitidas para educarlos. Suficiente fantasía tenemos con lo que
nos da la cultura popular como para agregarle cosas: Santa Claus, los pendejos
reyes magos, el puto conejo de pascua, el ratón del diente y personajes afines.
Suena fácil (debería serlo) pero es todo lo contrario; te cargas a todo mundo
encima y terminas juzgado como un ogro que va contra los valores y todo lo
bueno que tiene una sociedad.
La pregunta de fondo es ¿se puede educar a un
ser humano para que sea una buena persona sin la intervención de religiones o
creencias metafísicas? La respuesta ya la sabemos: sí. Entonces, ¿por qué es
tan complicado prescindir de la religión? ¿Por qué esta renuencia a buscar
alternativas? El problema, claro, no es el hecho de que estas criaturas lleven
una infancia terrible sin Dios y Jesucristo, sino todo lo que ocurre a su
alrededor.
LA ESCUELA
Empiezan las primeras comuniones. ¿Qué es una
primera comunión en la cabeza de un niño de siete años? Una fiesta con regalos,
pastel y música. Como una piñata, pero con un trasfondo inexplicable y cuya
justificación no puede otorgársele porque sencillamente no lo va a entender; los
que se creen todas esas mamadas son los adultos.
No se me va a olvidar nunca una vez que
llevaron a mi hijo a una iglesia (no recuerdo la razón de por qué lo llevaron
ahí y no me quiero enterar). Llegó a casa y lo primero que dijo fue: -había un
señor colgado allá dentro, -y extendió sus brazos. Le dije que era como
halloween, y creo que me entendió. No tengo por qué someter a mis hijos a esas
escenas mórbidas y macabras. No porque ello sea malo, sino porque la
explicación que está detrás es lo verdaderamente siniestro: el tipo ejecutado
sobre la cruz murió porque esos niños inocentes y sin religión pecaron antes de
nacer y por eso tuvo que venir una persona del cielo, hijo de un señor
invisible, para resolver el asunto. El argumento es chantajista, sumamente
complicado y no tiene sentido. Lo siento pero esa no es una religión amable y
prefiero dejarla fuera de mi casa.
Luego mi hija llegó un día este diciembre
pasado diciendo que quería un niño Dios. No preguntó qué era, simplemente dijo
que quería uno. De inmediato entendí que el “niño Dios” para una niña de cuatro
años es sólo un bebé; no tiene que ver con religión. Eso me tranquilizó. Pero
fuera de estos incidentes, los niños sí sienten la presión que se da en la
escuela, y no sólo con lo de la primera comunión y las fiestas tradicionales,
como posadas y semana santa; los compañeros ejercen una presión notable porque
son una mayoría y mi hijo, sin religión, es una minoría, una excepción. Y eso
lo hace sentirse excluido. Y encima, hay un grupo de padres de familia que
conforman una especie de grupo de oración, y se preguntan por qué algunos niños
no son católicos como ellos. Y peor: no logran entender por qué no sólo no
pertenecen a una religión distinta, sino que son ateos. Esto es una verdadera
afrenta que no puede ser tolerada. Afortunadamente la escuela es laica y se
supone no debe darse ningún tipo de conflicto por parte de la institución.
A veces pienso que lo mejor es dejar que el
ambiente los absorba y que después, en la adolescencia, ellos decidan lo que
quieren creer y lo que no. Pero no me atrevo a dejarlos a que sean
indoctrinados. Invertí muchos años de mi vida quitándome pendejadas de la
cabeza como para permitir que mis hijos pasen por lo mismo. No creo en nada de
eso y no puedo admitirlo.
LAS ABUELAS
En dos ocasiones tuvimos que viajar. ¿A quién
le deja uno a los niños si no es a los abuelos? En mi caso esto, más que una
solución, resultó ser un problema.
Ellas verdaderamente creen que toda esa cosa
piadosa que les transmiten a sus nietos tendrá un efecto bueno y contundente en
ellos. Vienen de una época muy lejana donde el ateísmo no era una alternativa
de pensamiento, era un pecado muy grave que debía perseguirse. El problema es
que están rompiendo una regla básica, la del respeto por lo ajeno. Si bien mi
mamá y mi suegra tuvieron su oportunidad de criar a sus hijos bajo la fe que
profesan, con los nietos el asunto es otro. Por lo menos con mis hijos (soy el
único de ambas familias que prohíbe cualquier tipo de indoctrinación religiosa
en casa) he dejado en claro que no deseo les impriman enseñanzas relacionadas
con el cristianismo. Pero puede más su estulticia y ciego convencimiento de que
la ausencia de una enseñanza religiosa los hace proclives al delito y a la
maldad que el sencillo acto de respetar las creencias y convicciones ajenas. El
caso es que, cuando regresamos de un viaje, los niños ya traían escapularios y
crucifijos y hablaban de cosas como “diosito”, “la virgencita” y conceptos
tenebrosamente similares. Costó tiempo sacarles eso de la cabeza.
NO MÁS DIOS
En mi casa no hay Dios ni tiene por qué
haberlo. Es innecesario, irrelevante y más: peligroso. ¿Para qué creer en algo
o alguien si al suprimirlo no se da cambio discernible ni bueno? Dicho de otra
manera: si dejas de creer en algo, concretamente en esto: Dios, ¿cambiaría tu
vida de manera importante? Si te pones a pensar, no. La razón es sencilla: lo
que hace que no nos matemos y que nos portemos más o menos bien es un consenso
cambiante que se adapta a las condiciones de la época y que se hace respetar de
dos maneras: por vía de la consciencia moral y cívica y por obra y gracia de
una policía que pone orden. Esto quiere decir que si usted no respeta los
acuerdos de comportamiento pactados, la policía lo va a joder y la sociedad lo
va castigar. Pero de ahí a decirle a la gente que se va a ir al infierno pues
nomás no. Seamos prácticos.
La naturaleza es trascendente por si misma;
no requiere de presencias ni intervenciones metafísicas, dioses o procesos
fantásticos que justifiquen su hechura, su misterio, su belleza. El impacto
estético e intelectual que ocasiona es producto de lo que observamos, de las
conclusiones que la ciencia ha logrado alcanzar y el misterio que está detrás
es tan profundo y el universo tan vasto que no solo es innecesaria la fantasía
religiosa: es ridículamente mezquina, pobre y limitada y devalúa todo cuanto
hemos logrado en siglos de investigación, filosofía y observación. La religión
impide ver las cosas como son: ciega, ensordece, limita nuestro pensamiento y
considera un engaño todo aquello que atente y contradiga sus primitivos dogmas.
La belleza y misterio del mundo, el universo, son insondables; para apreciarlo
y entenderlo se requiere una imaginación potente, desprovista de supuestos,
capaz de imaginar lo que puede existir, no lo que queremos que exista basado en
nuestra ignorancia, temores, falta de capacidad de reconocer lo obvio, de
considerar lo probable y lo posible y de aceptar que lo que aún no tiene
explicación, lo tendrá.
Dios no está por encima de la naturaleza;
Dios fue creado en las mentes de criaturas insignificantes en un planeta rocoso
con agua, aire y fuego en un sistema solar por demás mediocre, perdido en una
galaxia como las hay por millardos. Dios es un ser bastante limitado y jodido.
Imagino si hubiéramos construido esas
catedrales y templos religiosos magníficos en nombre de la ciencia, para dar fe
de lo maravilloso que es el cosmos, no para ocultarlo. De cierta forma, la
ciencia tiene sus templos: observatorios, aceleradores de partículas,
universidades, centros de investigación. En esos lugares no hay Dios, ni
certezas absolutas ni reglas inquebrantables. Son oráculos donde se contempla
el universo con instrumentos para crear ciencia. Son sitios donde se practica
una religión: la del asombro. Y el asombro despierta invariablemente a la
curiosidad. ¿Y qué hace la religión? Cortar la cadena justo ahí, porque sabe
que a partir de ese punto comienza la observación.
Hay una razón por la cual la fe es ciega: la
observación es la base de la ciencia. ¿Qué significa observar? Poner atención y
no suponer nada hasta no haber observado lo suficiente y crear modelos que
expliquen satisfactoriamente lo observado, por lo menos mientras se dan otras
interpretaciones y descubrimientos. Primero hay que contemplar sin la
intervención de ningún proceso lógico; dejar que las cosas ocurran frente a nosotros
y verlas como son. Entonces podemos establecer conjeturas, patrones, cualquier
cosa que nos lleve a crear esquemas, hipótesis, supuestos.
Contrario a esto, la religión cristiana
enseña una serie de historias no verificadas históricamente y encima atribuye
propiedades sobrenaturales a personajes retratados ahí para crear y justificar
dogmas y normas que van en contra de lo humano, lo natural.
Lo
siento, pero no puedo condicionar a mis hijos a creer en una serie de historias
ridículas y creencias imposibles. Prefiero leerles un cuento de los hermanos
Grimm antes de dormir.
Existen algunos mitos en relación a esto de
no enseñarles a los niños a creer en Dios o tener una religión:
1.
Van a crecer sin principios morales, sin ética,
y se va a transformar en personas ruines y egoístas.
2.
Crecerán sin tener sentido en sus vidas,
angustiados y proclives a la depresión y al crimen.
3.
Serán seres introvertidos, sin capacidad de
socializar, encerrados en sus vicios y lamentando no haber tenido una educación
con valores tradicionales.
Justamente son las religiones las que
implantan estas sensaciones de angustia, temor y ausencia de sentido para
llenar los huecos con mentiras y mitos. Es como una obra de teatro: el
espectador quiere creer-momentáneamente- que lo puesto en escena es real, de
otra manera no podría sentir y vivir plenamente la experiencia, y al actor le
es conveniente que su cliente le crea, de otra manera su trabajo no tendría
éxito. En este acuerdo es donde ocurre la magia de la fe. Pero no hay que
dejarse engañar: la mejor manera de hacer desaparecer esta magia es enseñándole
a los niños a cuestionar, a pensar y a que se acostumbren a obtener verdades a
través de instrumentos científicos, no con oraciones piadosas. A la larga
tendrán las herramientas para hacer preguntas que den directo al corazón de las
cosas y ahí es donde veremos una diferencia notable en la evolución de la
sociedad.
A mí lo que me fastidia es que al final no
podemos evitar la infección mental que se ha transmitido desde siglos y que
persiste en la cultura y los cerebros de las personas a pesar de los avances de
la ciencia y el desprestigio de las instituciones religiosas. La creciente ola
de credulidad me lleva a creer que gran parte de lo que hemos alcanzado como
sociedad pensante se está perdiendo. El escenario que muestra un mundo
adormecido y entregado a los caprichos de la ignorancia y la manipulación es
real: hoy vivimos un apocalipsis de la razón, la objetividad y la curiosidad y
nos han ganado la pereza y la condescendencia.
El contraste entre el avance tecnológico y la
educación científica masiva es inverosímil: las personas aceptan la tecnología
pero rechazan de manera vehemente el fundamento científico que las hace
posibles, y así estructuran sus vidas y su gobierno en torno a creencias
irracionales y supercherías. No sé qué pensar; si esta es una buena época o
estamos cercanos a una era de oscurantismo y persecución.
Espero no estar ahí para verlo. Pero de una
cosa estoy seguro: mis hijos sí van a vivirlo, y haré todo lo posible para
prepararlos para tal escenario.
PARA
TERMINAR
Bueno, y a todo esto; ¿Cómo los educo? Eso es
cosa mía. No se apure, no se van a convertir en homicidas, políticos corruptos,
pedófilos, rateros ni mediocres aburridos. De eso se encarga la venerable
Iglesia Católica y las iglesias cristianas.
Mis hijos nacieron sin religión y así se van
a quedar hasta que tengan la edad de decidir si quieren aferrarse a alguna fe.
Mientras tanto en mi casa habrá descubrimiento, razón, ética, cuestionamientos,
honestidad, respeto y humildad, pero no habrá religión.
Nunca.
Interesante.