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LA CONTRADICCIÓN FUNDAMENTAL DE DIOS


LA CONTRADICCIÓN FUNDAMENTAL DE DIOS
“Está dispuesto Dios a prevenir la maldad, pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿Puede hacerlo, pero no está dispuesto? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y además está dispuesto? Entonces, ¿de dónde proviene la maldad? ¿No es él capaz ni tampoco está dispuesto? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?”. Ésta es una célebre cita de Epicuro que resume lo que se llama “el problema del mal”; un razonamiento tan sencillo como demoledor para la religión.
Claro está que esto no demuestra que Dios no exista, el asunto de su inexistencia es otra historia. Perfectamente podría ser que existiera y fuera una criatura completamente monstruosa y maligna, o ni mala ni buena, sino simplemente indiferente a lo que sucede en este pequeño planeta. O bien podría ser que hubiera diseñado a la Tierra y al ser humano, pero luego hubiera fallecido, no teniendo vida eterna, y por lo tanto no siendo responsable de las injusticias actuales. En fin, hay incontables tipos de dioses posibles con infinitas combinaciones teóricas de atributos y propiedades. Sin embargo, algo es seguro: Dios no puede ser todopoderoso y, a la vez, amar a los seres humanos.
Naturalmente la religión tiene muchas respuestas bajo la manga para intentar salvar esta fuerte contradicción, pero cada una de estas explicaciones es menos satisfactoria que la anterior. Un primer intento es que el sufrimiento en el mundo no es culpa de Dios, sino del ser humano. Hay hambruna en África porque unos hombres no son solidarios con otros hombres, hay pobreza en ciertos países porque sus gobiernos no son sabios y justos. En resumen, algunas personas cometen pecados, y por una simple cuestión de causa y efecto se genera infelicidad a su alrededor. Y Dios no puede intervenir, ya que al hacerlo estaría violando el libre albedrío de los individuos. El libre albedrío, según la religión, recordemos, es la capacidad intocable del alma de poder tomar decisiones morales sin influencia de nada ni nadie. Si no tuviéramos libre albedrío seríamos simplemente máquinas mecánicas, no seríamos enteramente responsables de nuestras acciones, y no mereceríamos premios ni castigos por ellas.
Esta explicación no resiste demasiado análisis. En primer lugar, ¿qué hay de los terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas y demás desastres naturales? ¿Qué tienen que ver esas catástrofes con el comportamiento ético de sus víctimas? Dios, si tuviera infinito poder, debería poder prevenir perfectamente todas estas tragedias sin necesidad de violar el libre albedrío de nadie al hacerlo. De hecho, para empezar podría haber diseñado un mejor planeta sin tantas fallas, esta calidad de trabajo no es la que cabe esperar de un ser perfecto. Pero aún más, incluso en los casos de intervención humana Dios también se queda sin pretexto. Con respecto a las bombas atómicas de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, Dios podría haber esperado a que los aviones norteamericanos las desprendieran, y una vez en caída libre desactivarlas milagrosamente. Esto no habría afectado el libre albedrío de nadie, y el mismo principio se extiende a todos los demás casos. Si un asaltante le dispara a una víctima, Dios podría hacer que el arma se trabara y eso no afectaría la decisión del asaltante de haber disparado. Y así siguiendo.
Otro argumento clásico es: “Dios nos envía sufrimiento para poner a prueba nuestra fe”. Pero, ¿por qué quiere Dios tan desesperadamente que reforcemos nuestra fe? ¿Qué utilidad y beneficio tiene nuestra devoción para él? Es decir, este Dios es un padre totalmente sádico y con la mente retorcida, que envía dolor y sufrimiento a sus hijos con el propósito de aumentar su dependencia psicológica y alabanzas. Esta actitud inmoral francamente no entra dentro del concepto de “amor”.
La religión ofrece otra explicación alternativa, para los más exigentes. Si no existieran situaciones difíciles, conflictos dolorosos, desastres y tragedias, el ser humano no tendría oportunidad de desarrollar coraje, heroísmo, paciencia, dignidad, y todas las demás virtudes. Pero si Dios quería que tuviéramos todas estas cualidades, ¿por qué no nos diseñó con ellas desde el comienzo? ¿Cuál es la necesidad de irlas adquiriendo mediante un proceso lento y tortuoso, y que para colmo de males sólo da resultado con una pequeñísima fracción de la humanidad? Dios, siendo omnipotente y manipulando las leyes del Universo a su antojo, tranquilamente podría habernos creado ya perfectos en el Paraíso. O en última instancia, si tanto le divertía jugar a la evolución personal, aun así podría haber hecho que todo el proceso fuera agradable. Y si la respuesta es que Dios no pudo diseñarnos de esta manera, entonces Dios no es todopoderoso.
Se puede resumir todo de la siguiente manera: hay sólo dos opciones, o Dios está enteramente conforme con el diseño del Universo, o no lo está. Si un Ser Supremo y omnipotente está satisfecho a medias con un Universo creado por él mismo, debe ser el incompetente más grande que jamás haya existido. Por otra parte, si este Ser está satisfecho enteramente con un Universo que implica grandes cantidades de sufrimiento, es indiscutiblemente cruel. Y en todo caso, si este es el mejor diseño que pudo hacer dentro de ciertos límites técnicos, debiendo sacrificar ciertas características a cambio de otras, como por ejemplo el libre albedrío, entonces la conclusión inmediata es que no es todopoderoso. ¿Cómo puede un ser omnipotente “tener” que recurrir forzosamente a cierta solución, y decir “lo siento, esto es lo mejor que pude hacer”? Si tener poder infinito tiene alguna gracia, es la libertad de manipular el Universo de cualquier manera que quiera uno, de modo de no estar obligado a recurrir a una solución que lo satisfaga a medias.
Ésta es la contradicción fundamental de Dios, en definitiva: ¿cómo pueden suceder cosas, en cualquier rincón del Universo, tales que el ser inteligente y todopoderoso que las diseñó a su antojo no las disfrute en todos sus aspectos, hasta el último detalle?

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